Monday, June 25, 2007

Mi Vida en Rosa


La realidad y el sueño, las sensaciones íntimas frente a los mandatos socio-culturales, la capacidad de adaptación ante las más descabelladas circunstancias que pueden presentarse en el seno de una familia tipo. Esa es la materia prima de Mi vida en rosa, el formidable debut del belga Alain Berliner, que combina los ingredientes de la comedia, el drama y la tragedia en un plato suculento, complejo y original. Un chico de siete años es el centro de la historia, que también puede considerarse como un sobrio ensayo sobre las fantasías infantiles, en esa precisa etapa de la niñez en que empieza a dibujarse la identidad sexual. Y, en menor medida, como una inquietante, ambigua puesta en escena de esa concepción según la cual, para ciertas almas, existe la posibilidad de sentir un sexo que no es el propio. De preferirlo instintivamente, sin más ni más. Porque Ludovic sería una niña como cualquiera... sino fuera porque nació varón. Vive en un barrio residencial, de clase media, junto a sus padres y tres hermanitos con los que configura la más "normal" de las familias. Pero no hay caso: Ludovic viste, juega, sueña, vive como una mujercita. Y con toda lógica, no puede entender que los otros no acepten su condición.
En realidad, al principio nadie se toma del todo en serio sus vivencias. A lo sumo, las ven como esas travesuras que se curan con la edad. Su madre, Hanna, asegura que "hasta los siete años es normal, lo leí en Marie Claire", sedada por un artículo de la famosa revista "femenina". Para Ludovic lo único que debería sanar el tiempo es su masculinidad. Tonto no es: cuando en la escuela le explican la biología del sexo, acepta que evidentemente hay un error... cometido por los cromosomas. Entretanto, acaricia inocentes planes maritales con su vecinito Jérome, que es el hijo del jefe de su padre. La etapa cómica de Mi vida en rosa llega a su cumbre durante un asado servido por los padres de Ludovic: allí están el jefe, los amigos, los vecinos. Entre modestas galas hace su entrada triunfal el niño –¡pintarrajeado, en vestido rosa!– para el espanto de los presentes. Esos mismos que, poco antes, habían desparramado sonrisas ante una niña vestida de varoncito. El tono cambia a partir de aquí. La hipocresía laboral, escolar, y vecinal descargará su furia, marginando progresivamente a la familia del fenómeno. En este punto la película exprime el jugo de las rutinas de la comedia de situaciones: gente que se encuentra sobre las veredas y jardines para intercambiar chismes, convirtiendo al asunto de familia en la comidilla regional. Mi vida en rosa se apoya en ellas como para tomar envión. Acto seguido ingresará de lleno en su veta trágica.
La puesta en pantalla del universo interior de Ludovic constituye la más estupenda "puesta en época" en mucho tiempo. No evoca imágenes reales, cosa que han hecho miles de películas, sino las que la mente infantil fabrica cuando deja volar su vertiente más ligera, profundamente naïf y, en tal sentido, rosa. Ese mundo personal, colorido, presidido por la bella Pam –especie de hada madrina de las teleseries infantiles– resuelve con sobriedad uno de los más añejos desafíos del relato fílmico: traducir las procesiones interiores en imágenes precisas, que reconstruyan ese imaginario frente al espectador. En este caso, unas visiones de tonos saturados y objetos psicodélicos, como de otro tiempo, que tienen un pie en la iconografía sesentista.
Georges Du Fresne encarna fantásticamente a Ludovic. Vale decir, actúa (cosa poco frecuente en un chico de su edad) coherentemente a un personaje que está más allá del realismo. Pero la aparente falta de motivos de su femineidad no sólo esquiva los moldes naturalistas: también se mantiene de punta a punta del relato. Por eso es la gran palanca para el contraste con los que lo rodean. Estos no escapan del todo a la estereotipia (jefe machista y bruto, padres prejuiciosos) y la inconmovible certeza de Ludovic, su alegría de mujercita, su plenitud sin sombras están llamadas a sacudirlos. Algunos se quedarán donde están, otros serán hondamente conmovidos: se moverán hacia otro lugar. El lastre de los prejuicios, para entonces, no hará otra cosa que ensanchar la valentía de los que se adaptaron a Ludovic, aceptándolo. Ese coraje también pertenece a Mi vida en rosa, una de las más nobles, lúcidas y consecuentes excursiones por el territorio de las diferencias.


Dirigida por Alain Berliner, con Michèle Laroque, Jean-Philippe Ecoffey, Georges Du Fresne.

Wednesday, June 13, 2007

Extraños en la cama




El sol golpea fuerte en la mañana sobre tu cara, parece que se te olvidó cerrar la cortina anoche, claro, era imposible acordarse de ese mínimo detalle, la borrachera de cuando llegaste en la madrugada te impidió recordarlo, no era la primera vez que te pasaba esto, lo extraño es que no estabas solo en tu cama.

En algunos momentos de nuestras vidas a todos nos encanta salir, pasarla bien, tomar del bueno, disfrutar del sexo, pololiar, estar soltero y creer en el amor eterno o ni pensar el. Por naturaleza gran parte de los hombres gays actuamos como animales y luego nos comportamos como señoritas. El sexo es primordial para por lo menos un 90% de la población en función a la edad. Una vez escuché a alguien decir “los gays tiene lo peor de los hombres y lo peor de las mujeres”, no estuve nunca de acuerdo con esa teoría, un tiempo lo pensé, luego me dije, nah! Simplemente los gays son gays, y no tenemos nada de lo peor de nadie, simplemente somos.
Cuando salimos todos nos queremos ver bien, de alguna u otra forma destacar ante el otro, así nos sentimos bien con nosotros mismos y si alguien te dice que no te puedes ver mejor es un kilo mas para el ego que tan desnutrido o tan obeso podemos llegar a tener.
Besarse con extraños no es nada nuevo, hace poco estaba en una oficina leyendo un reportaje de revista Paula sobre la subcultura ‘Pokemon’, chicos entre 15-18 años que carretean de día y hacen competencia de atraques o “ponceo” como le llaman, de cuanta gente se agarran en la noche; no está mal, pero no me creo capáz de comerme a 27 personas en una sola noche (como cuentan en el reportaje).
Pero no falta que alguna vez tuvimos un encuentro casual en una discotheque y te besaste con un extraño, que sin preguntar el nombre ya estás listo, o si te lo dijo no lo recuerdas o probablemente la música estaba tan fuerte que algo entendiste pero te dio lata preguntar de nuevo, da lo mismo; lo más seguro que cuando se vuelvan a ver ni te saludarás, y si es así será un frio “hola” a no ser que haya habido mucha onda (ahí obvio que te sabes el nombre, si es que no lo sabías de antes) y te saludas afectuosamente.
En la cama: ¿la vieron?... no se pierden de nada, salvo un par de escenas (je je je), la conversación es predecible y bueno, nada que nadie no haya hablado alguna vez. Cuando ya vives solo, tienes mas oportunidades de continuar la fiesta en tu cama, esta vez de forma horizontal, el alcohol terminó por desinhibirte, porque no le vamos a echar la culpa al copete de que no te acuerdas de lo que hiciste, y te llevas a alguien a tu cama. Como si se fuera a acabar el mundo tienes sexo, vuelan los condones y siempre piensas que podría haber sido mejor, pero bueno es lo que hay. Cansado te duermes.
Al otro día, despiertas, muerto de hambre pensando que tomarás de desayuno, esta vez para dos, para alguien quien con mucha suerte te acuerdas de su nombre, ni hablar de su apellido, y tu historial con esa persona con la que dormiste se basa simplemente en una discotheque x, una canción de Madonna de fondo y tus inmensas ganas de satisfacer el ansia de sexo, te sientas en la cama, medio arrepentido, con ganas de que esa persona se vista y se vaya lo antes posible, te baja toda la culpa y hasta un “como pude…” cuando lo miras, y como una señorita prometes no volver a hacerlo más. Claro, hasta el otro fin de semana.