Monday, April 28, 2008

EL GRINGO QUAKERO

EL GRINGO QUAKERO

Una amiga que trabaja en un restaurante japonés y estudia inglés británico quiso ser mi celestina la semana que se acaba de ir. Siempre se ha jactado de ser muy buena para unir parejas, siempre sus amigos terminan siendo novios y en especial su gran cantidad de amigos gays, porque esta amiga es de esas mujeres que no tiene “amigas mujeres” con tajito.

En una conversación por msn me dijo 'he encontrado el hombre perfecto para ti: un gringo muy culto, muy rosa y de tu tamaño'. Supuse que lo de "rosa" era un eufemismo para decir "es súper fleto". Tuve que ir hasta el puerto de Valpo para conocer a mi 'amor extranjero'. Una compañera me dijo que por favor no me enamorara y yo le dije que no, que no sería tan tonto.

Entonces yo, camino a Valpo, soltero desde siempre, infiel a dios, con ganas de ser la maraca del puerto. Bueno, y aprovechar de conocer algo de esta ciudad. 'Me siento como mafiosa de trata de blancas', me dijo mi proxeneta compañera antes de conocer a Mark, el gringo de polera musculosa, anteojos negros y voz chillona. Era encantadoramente fuerte, caminaba tan cursi como una mariposa y yo, así tan maricón como soy, me llegué a sentir todo un hombre a su lado.

Era vegetariano pero comía sólo frituras, esa comida chatarra. Me decía a cada rato que su país era muy malo, que tenían la culpa de todos los males de la humanidad, que Madonna podía hacer lo que quisiera y me dijo que no tomara tan rápido el ron cola light, que alguien me tenía que enseñar a beber alcohol. No supe si lo dijo porque se lo quería tomar él o porque no quería verme ebrio a las siete de la tarde, sin ser capaz de metérselo porque mi pene no se me pararía.

Le enseñé a bailar cueca en la Plaza de la Victoria y él sólo se rió. Ahí mismo me enseñó lo que era la comida árabe, me dijo que conocía a Foucault y Judith Butler y ahí mismo, entre punkies, pokemonones del puerto, abuelitos, europeos de vacaciones y niñitos que miraban a sus padres tomando cerveza en la calle, ahí mismo nos besamos aceitosamente después de comer un churro relleno de afrodisíaco manjar. Mientras tanto mi hermanita me llamaba y quizás pensaba que me dedicaba a recorrer los cerros de Valpo, con mis Converse todo terreno, con mi culo fofo por escribir historias de amor en mi PC.

El gringo me dijo que para evaluar la calidad de una ciudad el mejor parámetro eran los grafitis: una jirafa en un poste de electricidad, un osito sangrando, stencils punk-pops, casas pintadas de color rosa pastel podrían ser algunos ejemplos de por qué hay tanta canción dedicada a Valpo, porque llega tanto viajero. De vuelta a Santiago, a la Cata le contaría que conocí a un gringo, quizás que dormí con él, pero nada más. No le contaré que el gringo era hijo de quakeros y que disfrutaba viendo por el cable de la hospedería noticias en alemán, porque sabía alemán, francés, inglés español y un dialecto criollo del inglés. No le diré que tenía un pearcing en el ombligo, ni que le gustaba que le lamieran los cocos de pelos amarillos, ni que se fumó un pito antes de que lo penetrara usando un condón made in USA, porque la Cata prefiere saber sobre el cementerio de los disidentes, el muelle barón, los algodones rosados. No le interesa saber que mi amiga celestina nos tocó la puerta cerca de la medianoche para que comiéramos algo antes de ir a maraquear a La Máscara, que tenía un especial de Morrissey.

Nos demoramos en salir de la pieza de Cerro Alegre, pero se entendía por qué. Yo aún con olor a pico primer mundista circuncidado en mi boca, no tuve tiempo para ir al baño a lavarme. Mi amiga y su novio no me preguntaron nada, sólo se reían. Recuerdo que lo último que hicimos fue tomarnos unos vasos de ron coca light al seco, para que se acabara la botella. El gringo decía que el copete era muy barato, 'así es en el primer mundo', le decía yo, y él se enojaba porque me decía que el primer mundo estaba en África y que esa definición de primer, segundo y tercer mundo nació en la época de la guerra fría para referirse a los países pro o en contra del socialismo. También media ebria me conminó a competir con ella, que él podía beber más alcohol que yo. Eres muy bonito le dije yo unas dos veces, algo ebria, pero nada más porque no quería ser patética en el amor. 'Your so nice, so beautiful', me decía él antes de bailar como putita con Kylie, Cardigans y Garbage.

Le decía que era muy pálido, muy blanco, sólo para que sintiera vergüenza de la raza aria. Luego una cerveza de medio litro, un pisco sour bien fuerte, (eso, amé de esa disco que te hacían probar qué tal estaba el trago y yo siempre decía que estaba muy suave), un tequila margarita y eran las dos de la mañana y mi gringo made in Utah murió. Se caía, tambaleaba, regalaba su culo, vomitaba, salió corriendo de la disco porque necesitaba aire fresco, dijo que odiaba su vida mientras yo lo sujetaba del brazo, 'I hate my life', me dijo en un callejón de Valpo, mientras yo le decía paranoica que nos podían asaltar o en el mejor de los casos violar o simplemente perder, porque no sabíamos cómo llegar a la hospedería, porque para ambos era nuestra primera vez en todo.

Solamente atiné a abrazarlo en una escalera desolada, mientras vomitaba bilis, mientras yo veía el río de orina que pasaba por mi zapatilla, una orina proveniente de vergas de todas partes y que comenzaba en los alto de algún cerro. Lo besé a pesar de su saliva con vómito, nos quedamos tendidas solas a pesar de que en ocasiones pasaban borrachos por nuestro lado hombres reggeatoneros, heteros que dejan de serlo con algunos grados de alcohol en el cuerpo. Y no quise pensar en que estábamos perdidos, en que en realidad odiaba al gringo por ser tan impulsivo, por olvidarme en su borrachera, por hacerme dormir sobre cemento, por demorarse bastante en levantarse. Por correr cuando se acercó un chico vestido a lo grunge a nosotros, que nos dijo que era de Valpo, del Cerro Concepción y que nos dijo que qué hacíamos botados en ése lugar, que corríamos peligro. Y yo le dije que no sabíamos cómo llegar, pero que vivíamos por esa noche en el cerro alegre y que si nos acompañaba.

Entonces comenzamos a caminar, mientras llevábamos al gringo del hombro, para que no se cayera, y yo le hablaba en inglés, porque me había acostumbrado, y sólo le hablé en español después de meter mi mano dentro de su camisa en una de las tantas paradas para que Mark vomitara, y él me dijo que no era gay, pero le daba lo mismo. Entonces lo besé sólo un ratito, en sus labios de inocencia porteña como diría la cursi de Lemebel. Y caminando, aún de noche, llegamos a la puerta de la hospedería y Mark le pagó con 10 mil pesos al chico, como si fuera un mendigo, y él se negó a recibirlos porque tenía algo de orgullo, hasta que cedió por la insistencia imperialista. Y llegamos a casa y nos tumbamos con esa ropa pasada a cigarro, vómito y olor a pico.

1 comment:

ironic.tadeo said...

MUY BIEN